La naturaleza del vestido parece apuntar al hecho de que la ropa o los adornos son uno de los medios mediante los cuales los cuerpos se vuelven sociales y adquieren sentido e identidad: El acto individual y muy personal de vestirse lleva a preparar al cuerpo para el mundo social, hacerlo apropiado, aceptable, de hecho hasta respetable y posiblemente incluso deseable. Vestirse es una práctica constante, que requiere conocimiento, técnicas y habilidades, desde aprender a atarse los cordones de los zapatos y abrocharse los botones de pequeño, hasta comprender los colores, las texturas y las telas y como combinarlas para que se adecuen a nuestros cuerpos y vidas. La ropa es la forma en que las personas aprenden a vivir en sus cuerpos y se sienten cómodos con ellos. Al llevar las prendas adecuadas y tener el mejor aspecto posible, nos sentimos bien con nuestros cuerpos y lo mismo sucede a la inversa; aparecer en una situación sin la ropa adecuada nos hace sentir incómodos, fuera de lugar y hasta vulnerables. En lo que a esto respecta, la ropa es una experiencia íntima del cuerpo y una presentación pública del mismo. El vestido es esencial para nuestra comprensión del cuerpo hasta el punto de que nuestra forma de ver y representar el cuerpo desnudo está influida por las convenciones del vestir. El arte prueba que la desnudez no es experimentada ni percibida en mayor medida que la indumentaria. Las representaciones de desnudos en el arte y en la escultura corresponden a las modas dominantes del momento, de modo que el desnudo nunca está “desnudo” sino vestido con las convenciones contemporáneas del vestir.
Las convenciones del vestir pretenden transformar la carne en algo significativo para una cultura; es fácil que un cuerpo que no encaja, que transgrede dichos códigos culturales, provoque escándalo e indignación y sea tratado con desprecio e incredulidad. Ésta es una de las razones por las que la indumentaria es una cuestión de moralidad. Llevar prendas apropiadas es tan importante que incluso las personas que no están interesadas en su aspecto se vestirán con la suficiente corrección como para evitar la censura social.
La experiencia del vestir es un acto subjetivo de cuidar el propio cuerpo y hacer de él un objeto de conciencia, además que es un acto de atención con el mismo. Comprender el vestir requiere reconocer que el cuerpo es el vehículo de la existencia en el mundo y tener un cuerpo es, estar integrado en un entorno definido, para identificarse con ciertos proyectos y estar siempre comprometido con ellos. Vestirse implica diferentes grados de conciencia en como uno piensa respecto al cuerpo y como presentarlo.
Si la vestimenta es variada es siempre contextual, por lo que puede suceder que haya momentos en los que el acto de vestirse constituya una acción irreflexiva y otros cuando el acto de vestirse es consciente y reflexivo. Las diferentes prácticas del vestir suscitan y parecen confirmar que hay diferentes estados para prestar atención al uso del indumento y a la imagen. El grado más alto de autoconciencia se manifiesta en ocasiones muy formales, mientras que para estar en casa hay grados mucho más bajos de atención. Esto se puede utilizar para demostrar de qué modo el aspecto y por ende, la indumentaria están sujetos a grados variables de conciencia según la situación. La conciencia del aspecto corporal está influida por el género. Las mujeres, más que los hombres ven sus cuerpos como objetos a los cuales se ha de mirar. Vestirse es un logro técnico y práctico que se funda en el conocimiento social y cultural acumulado, vestirse es una práctica que se ha de aprender. Cuando nos vestimos, ya sea un acto inconsciente o no, constituimos el yo como una serie de continuos ahoras.
By Max Tonelli, extraído de El cuerpo y la moda- de Joanne Entwistle
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